El feminismo rural ha emergido como una herramienta de resistencia. Impulsa la agroecología, la organización comunitaria, como alternativas al modelo de desarrollo extractivista, para situar en el centro la vida, el territorio y los derechos humanos y ambientales.
Escribe: Hysha Palomino Tomaylla (*)
Las mujeres campesinas han sido históricamente guardianas de la tierra en los Andes del Perú. Desempeñan un papel importante en la producción agrícola y en la defensa del medioambiente. En Apurímac, de mayoría quechua, han liderado la resistencia contra las amenazas políticas, sociales, económicas, ambientales y extractivistas, y promovido prácticas agroecológicas para garantizar la sostenibilidad de sus territorios comunales. Aunque muchas no se identifican con el término «ecofeminismo», sus acciones reflejan los principios de esta corriente, que vincula la justicia ambiental con la equidad de género. En este artículo abordamos diferentes aspectos de esta relación.
Guardianas de la tierra y la vida
Las mujeres andinas han sido tradicionalmente agricultoras, ganaderas, tejedoras y también defensoras de su territorio. La tierra representa su sustento y mantienen con ella un vínculo espiritual e identitario. Han transmitido conocimientos ancestrales sobre el manejo de cultivos, la conservación de semillas nativas y la protección de la biodiversidad (Shiva, 1988; Gaard, 1993).
Organizadas en comunidades como Chalhuanca, Abancay y Andahuaylas, han impulsado iniciativas de reforestación y defensa del agua. La minería, que ha generado conflictos socioambientales, ha encontrado en ellas a sus principales contrapartes. Estas mujeres denunciaron la contaminación de ríos y suelos, organizaron protestas y espacios de diálogo para exigir respeto a sus derechos y a la Pachamama (Gutiérrez & Zapata, 2020).
Feminismo andino y resistencia
La figura de la mujer campesina ha sido invisibilizada históricamente, reducida a su rol reproductivo y doméstico. No se le ha reconocido su participación en procesos clave de transformación social, como la lucha por la tierra. Sin embargo, el feminismo andino, aunque no siempre es nombrado así, aparece en la resistencia de las mujeres campesinas del sur andino. Ellas han enfrentado la violencia de género y la exclusión, mientras reivindican su papel en la agricultura y la defensa de su territorio.
Desde la reforma agraria hasta la actual resistencia contra los proyectos extractivos, según el Observatorio de Género del Sur Andino, estas mujeres han desafiado los patrones de dominación heredados del hacendado y del minero. A pesar del miedo y la desconfianza que dejó el conflicto armado interno (CAI) en muchas comunidades, sus organizaciones han seguido fortaleciéndose, promoviendo la autonomía económica y política y posicionando sus agendas en la lucha por la vida y la justicia de género.
Así, el feminismo rural ha emergido como una herramienta de resistencia. Impulsa la agroecología y la organización comunitaria como alternativas al modelo de desarrollo extractivista, para situar en el centro la vida, el territorio y los derechos humanos y ambientales.
Lucha por justicia ambiental
Las mujeres en Apurímac han sido protagonistas en la defensa del medioambiente. Ellas han denunciado la contaminación del agua por la minería y exigido medidas de protección para sus comunidades. No todas usan el término «ecofeminismo», pero su resistencia se basa en la lógica de defensa de la vida.
Son las responsables de haber generado espacios de formación e intercambio de conocimientos sobre derechos humanos, estrategias de incidencia social y seguridad alimentaria. La crisis climática afecta de manera diferenciada a las mujeres, quienes asumen la mayor carga del trabajo reproductivo y de cuidado en contextos de escasez de recursos (Ruiz, 2018). En respuesta, desarrollaron alternativas sostenibles de producción y consumo, y desafiaron los modelos de desarrollo impuestos desde afuera.
Reconocimiento necesario
A pesar de la invisibilización de sus aportes en la esfera del debate público, las mujeres de Apurímac siguen tejiendo redes de resistencia y cuidado de la tierra. Su lucha demuestra que la defensa del territorio no es solo una cuestión ecológica. Es también una reivindicación de derechos y justicia social, lo que el Estado les adeuda a las mujeres apurimeñas.
Reconocer sus luchas es fundamental para fortalecer alianzas y potenciar estrategias que permitan construir un futuro más justo y sostenible. En Apurímac, las mujeres resisten, se organizan y siembran esperanza; demuestran que la defensa de la tierra es una lucha por la dignidad y el buen vivir.
(*) Artículo elaborado para el Observatorio de Género del Sur Andino en colaboración con Aprodeh Apurímac.